Por Pegaso
Volando yo por las colonias del sur poniente de la ciudad, allá, donde se llevó a cabo el evento de informe de funcionarios estatales sobre los resultados del Plan Unidos por Reynosa, me di cuenta de las graves carencias en infraestructura vial que padecen los miles de habitantes de fraccionamientos «residenciales», que tienen nombres rimbombantes como Villa Diamante, La Joya, Balcones de Alcalá y Villas de Imaq, entre otras.
La extrema densidad poblacional, el intenso tráfico, la marginación y el olvido han terminado por convertir a esas colonias en verdaderos ghettos donde abunda la ignorancia, la pobreza y la delincuencia.
Pero sobre todo, las calles parece que han sido bombardeadas porque no hay un solo centímetro de pavimento sano.
Los charcos, los baches, las zanjas y los hoyancos cubiertos por el agua de lluvia son trampas mortales para los automovilistas y para los propios peatones.
Y hablando de charcos, permítanme pasar a un tema muy diferente, pero igualmente estrujante.
En las redes sociales se viralizó la foto de una niña pequeña bebiendo agua de un charco.
Ayer no tuve tiempo de analizar bien la gráfica, porque la vi de reojo. Sin embargo, la imagen se quedó dando vueltas en mi cabeza y no sé por qué pensé que se trataba de algo que había ocurrido aquí, en Reynosa.
Más no fue así. La escena corresponde a un parque ubicado en un suburbio de Buenos Aires, la capital de Argentina.
La pequeña, de la etnia mbyá guaraní, está en cuclillas, bebiendo agua a lenguetazos de un charco. Tiene el pelo sucio y desaliñado, hasta el hombro. Viste una camiseta blanca con rayas marrón, un short café y unos zapatos sucios.
La imagen fue publicada en el diario El Clarín, tomada de las redes sociales.
El autor, alguien que se hace llamar Migue Ríos, acompaña la foto con el siguiente comentario: «Mientras el país se prende fuego, esta niña guaraní se hidrata desde el suelo. Algo estamos haciendo mal como sociedad, no? 14 de diciembre#PosadasMisiones».
La fotografía de ésta niña me recuerda otra gráfica famosa tomada en un campamento de refugiados en Sudán.
Un niño negro de unos tres años de edad, famélico y desnudo, se debate entre la vida y la muerte, tratando de avanzar por el árido suelo mientras un buitre a sus espaldas espera el momento de su muerte para darse un banquete.
Dicen que el autor de esa fotografía, Kevin Carter, luego de ganar el premio Pulitzer, se suicidó a causa del remordimiento por no haber auxiliado al infante.
En las colonias del sur de Reynosa no llegamos a esos extremos, no hay zopilotes revoloteando sobre las cabezas de los niños ni personas bebiendo agua de algún charco.
Sin embargo, el abandono en que se encuentran tales fraccionamientos es producto de la desmedida ambición de las empresas constructoras, que hacen obras de mala calidad, de las autoridades municipales, estatales y federales que desde mucho tiempo atrás se han olvidado de brindar el mantenimiento correctivo, y de los propios habitantes, acostumbrados a vivir en la inmundicia.
Por eso es de aplaudir que se instrumenten y ejecuten programas como Unidos por Reynosa, por parte del Gobierno del Estado y que se avence en la pavimentación de calles, como lo hace actualmente el Gobierno Municipal.
Resulta difícil, yo diría imposible, cubrir todas las necesidades de las colonias marginales puesto que no alcanzarían cien presupuestos de la ciudad para pavimentar todas las calles y arreglar todos los drenajes.
Pero por algo se empieza.
Terminó mi colaboración de hoy con el refrán estilo Pegaso: «La indigencia de ninguna manera entra en conflicto con la pulcritud». (La pobreza no está reñida con la limpieza).